La apnea del sueño afecta al 26% de los hombres y al 21% de las mujeres y el 80% podría estar sin diagnosticar.
Las apneas se caracterizan por una oclusión intermitente y repetitiva de la vía aérea superior que limita el paso del aire hacia los pulmones durante el sueño. Esto genera frecuentes despertares durante la noche, lo que provoca un sueño fragmentado y no reparador, excesiva somnolencia diurna, falta de concentración y de memoria, fatiga, depresión, ansiedad, alteraciones metabólicas, respiratorias, cardiacas y cerebro vasculares importantes.
La apnea de sueño aumenta el riesgo de infarto de miocardio y el riesgo de presentar un ictus cerebral. Las arritmias cardiacas son cuatro veces más frecuentes en pacientes con apnea de sueño y la presencia de apneas repetidas facilita la aparición de episodios de fibrilación auricular, con el consiguiente incremento del riesgo de ictus.
Además, la apnea es un factor de riesgo para desarrollar hipertensión arterial y el 80% de las personas con hipertensión arterial pueden padecer apnea de sueño.
En las mujeres estos riesgos pueden ser mayores sobre todo desde el punto de vista cerebrovascular, ya en las mujeres con apneas es mayor el riesgo de padecer ictus que en los hombres con apnea. El ictus es la primera causa de muerte en la mujer y sabemos que hasta un 90 por ciento de los casos de ictus en la mujer se pueden prevenir.
Si roncamos, tenemos excesiva somnolencia diurna, sueño no reparador, nos levantamos cansados, con cambios de humor y con problemas de concentración, debemos pensar que podemos tener apnea del sueño y debemos acudir a la unidad de sueño para su diagnóstico.
La prueba diagnóstica de referencia, considerada como patrón estándar para la detección de las apneas es la polisomnografía nocturna (PSG).
Un diagnóstico adecuado es de vital importancia para valorar la presencia de apneas, su gravedad y poder establecer un tratamiento adecuado para evitar las graves repercusiones sobre la salud.